domingo, 31 de agosto de 2025

El secreto de la doncella de colores

El secreto de la doncella de colores



Insertar Video 1

La doncella o julia (Coris julis) ‘baila’ en los fondos marinos. Autor Juan Fernando García



Hay una leyenda que cuenta que en las aguas que abrazan el Mar de Alborán, hay un pez que baila como si supiera que lo están observando. Con destellos azulados, naranjas y cobrizos que se deslizan entre las praderas submarinas, parece ir ‘vestido’ para una celebración perpetua. Quizás por eso los pescadores lo bautizaron como ‘doncella’ por su actitud elegante, casi cortesana, al nadar. Como si supiera que la belleza también puede ser su defensa frente al olvido.


    Detalle doncella macho. Web litoraldegranada.ugr.es


Su éxito evolutivo radica en su adaptabilidad: desde su capacidad para cambiar de sexo según las necesidades reproductivas del grupo, hasta su comportamiento diurno y territorial que le permite optimizar recursos y proteger su espacio. Además, su estrategia reproductiva, con larvas planctónicas que se dispersan ampliamente, asegura una colonización eficaz de nuevos hábitats.


La etimología del nombre científico del género de esta especie (Coris) proviene del griego korys=casco, tal vez en referencia a la forma arqueada de su cabeza o al modo en que se desplaza con elegancia entre las corrientes. El apellido (julis), por otro lado, parece evocar el mes de julio, cuando su actividad reproductiva alcanza el clímax y sus colores se intensifican como si la naturaleza misma le diera un toque de maquillaje estival.


Características morfológicas


La doncella, también denominada comúnmente julia, tiene el cuerpo alargado, de hasta 25 cm de longitud, y algo comprimido lateralmente. Es un pez teleósteo, perteneciente a la familia de los lábridos, orden de los perciformes. Su cuerpo está revestido de escamas y su carne es bastante apreciada.


Los ojos y la boca son pequeños, con dobles labios carnosos que cubren sus mandíbulas. Una de sus características más distintivas es la aleta dorsal, larga y espinosa, que a menudo muestra una mancha oscura en la parte delantera. En el macho, los primeros radios de esta aleta dorsal son mas del doble de largos que el resto. Las aletas pectorales son grandes y transparentes, y la aleta caudal es bilobulada.


La hembra es más pequeña que el macho porque Coris julis es una especie hermafrodita secuencial proterogínica, es decir, los individuos más pequeños son hembras porque los órganos sexuales femeninos maduran antes. Cuando las hembras alcanzan cierto tamaño, las gónadas femeninas entran en regresión y comienzan a madurar las gónadas masculinas, por tanto, cambian de sexo a machos.


Se reproducen durante el verano, cuando los machos terminales forman harenes que vigilan de otros machos terminales y de los primarios.


Un mosaico de colores y formas


Las julias o doncellas presentan un marcado dimorfismo sexual y cambios de coloración a lo largo de su vida, lo que puede llevar a la confusión en su identificación. Los individuos jóvenes y las hembras poseen el cuerpo más alargado y delgado de coloración variable, con tonos que van del marrón rojizo al naranja o verdoso en el dorso, con el vientre más claro, casi blanco. Una línea longitudinal oscura y sinuosa, a menudo interrumpida, recorre su flanco desde la cabeza hasta la aleta caudal.


Sin embargo, los machos adultos lucen un traje mucho más llamativo. Su cuerpo adquiere un tono azul verdoso intenso en el dorso, con una banda anaranjada o rojiza brillante que se extiende a lo largo de su flanco. Esta banda está flanqueada por una línea azul eléctrico en su parte superior y otra en la inferior. La cabeza también presenta intrincados dibujos de color azul y naranja. Esta coloración, asociada a su nado característico, es utilizada para impresionar a otros machos y atraer la atención de las hembras, aunque a veces también puede atraer a sus depredadores.





    Doncella macho. Web litoral de Granada


    Doncella hembra. Juan Fernando García


















Un inquilino de los fondos rocosos


Coris julis es una especie bentónica, lo que significa que vive asociada a los fondos marinos. Se encuentra en una variedad de hábitats, pero prefiere los fondos rocosos, los arrecifes de coral, las praderas de fanerógamas marinas y las zonas mixtas de arena y roca. Son de hábitos diurnos, enterrándose lateralmente durante la noche o bien para huir de alguna amenaza. Las hembras suelen nadar en grupos pequeños mientras que los machos, al ser territoriales, viven aislados.


Macho de doncella enterrándose durante la noche. Web litoraldegranada.ugr.es


En el Mar de Alborán, es un habitante común de las áreas costeras poco profundas, desde la superficie hasta unos 60 metros de profundidad. Su distribución abarca todo el Mar Mediterráneo, oriental y occidental, y se extiende al Atlántico oriental, desde las costas de Noruega hasta Senegal, incluyendo las Islas Canarias, Madeira y Azores.


El jardinero de los fondos marinos


La doncella no solo es un espectáculo visual, sino que desempeña un papel crucial en el equilibrio ecológico de su entorno. Su comportamiento alimenticio y su ciclo de vida la convierten en una pieza fundamental de la red trófica marina. Al alimentarse de pequeños invertebrados como moluscos, crustáceos o equinodermos, contribuye al control de poblaciones bentónicas y a la limpieza del lecho marino. Su presencia en praderas de Posidonia oceanica y fondos rocosos favorece la biodiversidad, ya que al buscar su alimento, remueve el sustrato, contribuyendo a la aireación del sedimento y a la disponibilidad de nutrientes para otros organismos.


Un futuro incierto


A pesar de su relativa abundancia, la doncella enfrenta diversas amenazas para su conservación, muchas de ellas ligadas a la actividad humana. La degradación del hábitat es una de las principales preocupaciones. La contaminación de las aguas, el arrastre de las redes de pesca y la alteración de los fondos marinos por la actividad turística y la construcción costera impactan negativamente en su hogar, las praderas de fanerógamas marinas y los arrecifes.

    Los fondos rocosos con arrecifes son el hábitat preferido de Coris julis


Aunque no son objetivo principal de la pesca comercial, es capturado accidentalmente en redes de arrastre y artes de pesca de pequeña escala. La sobrepesca de otras especies puede alterar el equilibrio de la cadena trófica, afectando a las poblaciones de sus presas o depredadores. El cambio climático, con el aumento de la temperatura del agua y la acidificación de los océanos, también representa una amenaza a largo plazo para esta especie y todo el ecosistema marino.


Una familia muy colorida.

Se han descrito 27 especies del género Coris que comúnmente son conocidas como ‘doncellas’, aunque este término también puede referirse a otros géneros cercanos como Thalasomma. En algunas regiones, estas especies también se llaman ‘peces arcoíris’ en referencia a su amplia variedad de colores.

Foto de Thalasomma pavo. Fishipedia


La mayoría de las especies de Coris se encuentran en la zona tropical del Indo-Pacífico. Sólo Coris julis está presente en el Mediterráneo y hay otra especie presente en el océano Atlántico tropical, cerca de las costas africanas. Todas son exclusivamente marinas y los juveniles y los adultos frecuentan generalmente los mismos hábitats. Los hábitats costeros como los arrecifes rocosos y los praderas marinas proporcionan numerosos escondites. Solamente Coris bulbifrons está clasificada como ‘Vulnerable’ en la Lista Roja de especies amenazadas elaborada por la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza. Las demás especies del género incluida nuestra doncella del mediterráneo, no están amenazadas, aunque son peces particularmente objeto de la pesca recreativa y capturados accidentalmente por los pescadores profesionales.


Un tesoro a proteger




La doncella o julia, con su extraordinaria belleza y su compleja biología, es un claro ejemplo de la riqueza que esconde el Mar de Alborán. Su presencia en las aguas costeras no solo enriquece la experiencia de buceadores y aficionados al esnórquel, sino que también es un bioindicador de la salud del ecosistema.


Proteger a la doncella y su hábitat es proteger la biodiversidad y garantizar la supervivencia de un mar único y vital para el planeta. La concienciación sobre la importancia de la conservación marina y la implementación de prácticas sostenibles son esenciales para asegurar que este tesoro de colores siga adornando nuestros fondos marinos por muchas generaciones.


En la web litoraldegranada.ugr.es se da a conocer la biodiversidad de nuestro litoral y sus problemas de conservación.




viernes, 22 de agosto de 2025

Competencias versus incompetentes

 Mi contribución al debate sobre los incendios forestales. 

Competencias 'versus' incompetentes | El Independiente de Granada


Competencias versus incompetentes

Sacando punta

Ignacio Henares Civantos


Espóiler: los incendios forestales que están asolando especialmente a las regiones de Galicia, Castilla-León y Extremadura no es un problema de falta de competencias de esas comunidades autónomas sino de incompetencia en su prevención y en su gestión de los gobiernos regionales.



Como en el famoso chiste de Gila me he debatido repetidamente estos días con el “¿me meto, no me meto?”, en el debate en el que, como siempre, y ante cualquier tema, los todólogos o expertos en todo, saltan a la palestra con el atrevimiento que les da su ignorancia y con la seguridad que les proporciona la cobertura que van a disponer arrimando el ascua a su sardina, (perdóneseme la metáfora en un asunto tan delicado en el que desgraciadamente se está produciendo, además del desastre ecológico, la pérdida de vidas humanas).


Finalmente he decidido mojarme en el asunto, respetando a todas las personas que intervienen, de buena fe, e incluso aquellos que lo hacen de manera más o menos interesada, en este debate, pero despreciando las opiniones que se están vertiendo por los negacionistas del cambio climático o por aquellos que se apuntan a un bombardeo, siempre que sea contra ‘el Sánchez’, (he sentido vergüenza ajena al escuchar al presidente de una comunidad autónoma referirse así al presidente del gobierno, en comparecencia pública, lo que da muestra del nivel barriobajero al que han llegado algunos representantes institucionales).


Escribo desde la experiencia de haber trabajado durante muchos años años en la gestión forestal, de haberme aterrorizado por el ruido y el calor de las llamas, incluso a mucha distancia del fuego; de haber llorado al sobrevolar en helicóptero un incendio días después de la catástrofe, y de haber pateado todo el perímetro de varios de ellos para elaborar un proyecto de restauración; de conocer a muchos profesionales que trabajan en la prevención y en la extinción de incendios (de los que se juegan la vida literalmente); y escribo desde mi actual dedicación como profesor de restauración de la biodiversidad en la Universidad de Granada, en el que analizamos hacia dónde deben ir dirigidas las políticas forestales y la gestión de los espacios naturales en un contexto de cambio global en el que se incluye el cambio climático como uno de los principales motores, aunque no el único. En este campo hay, afortunadamente, mucha ciencia y lo que debe hacer la Política es aplicar el conocimiento disponible a la acción pública en esta materia.


A esta alturas del verano, estamos ante uno de los peores años en incendios forestales en España. Según datos del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales y del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, a fecha del 21 de agosto, 2025 se ha posicionado ya como el año más destructivo de la última década. Se estima que más de 396.791 hectáreas (datos provisionales) han sido arrasadas por el fuego, una cifra que supera las 306.555 hectáreas quemadas en 2022, que hasta ahora era el peor año de este siglo.


Las estadísticas señalan también que estamos ante un año con menos incendios pero más grandes (230 fuegos hasta mediados de 2025, en comparación, por ejemplo, con los 493 del año 2022) siguiendo la tendencia en la que hay menos eventos pero los que ocurren son de una magnitud mucho mayor, conocidos como Grandes Incendios Forestales (GIF), -aquellos que superan las 500 hectáreas-. Estos GIFs, aunque representan un pequeño porcentaje del total de siniestros (alrededor del 0,2% en la última década), son responsables de aproximadamente el 50% de la superficie total quemada.

Esta situación pone de manifiesto la vulnerabilidad de nuestros bosques y la complejidad de su gestión. El debate sobre sus causas y soluciones es tan recurrente como las llamas que arrasan nuestro territorio cada verano, pero suele ocurrir con demasiado calor ambiental y en las cabezas. Analizaré el fenómeno desde tres perspectivas que considero clave: la división de competencias, el papel del cambio climático y la urgente necesidad de adaptar nuestras políticas de gestión forestal, dejando para el final algunas conclusiones que espero sirvan como “call the action”.


La división de competencias: un entramado complejo.


La gestión de los incendios forestales en España es un perfecto ejemplo de la estructura administrativa del país, derivada de la arquitectura constitucional del Estado Autonómico. Las comunidades autónomas ostentan las competencias en materia de prevención y extinción de incendios. Ellas son las responsables de elaborar los planes de prevención, de organizar los equipos de bomberos forestales y de coordinar las labores de extinción a nivel regional. Sin embargo, el Gobierno central, a través del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, mantiene un papel de coordinación y apoyo, en el caso de incendios de gran magnitud, movilizando medios aéreos y terrestres de la Unidad Militar de Emergencias (UME) del Ministerio de Defensa y del propio MITECO para reforzar a las comunidades autónomas.


En el momento en el que escribo hay 2.400 militares de la UME en acción (1.400 en ataque directo y 2.000 en misiones de apoyo y relevo) que cuentan con 450 medios (maquinaria, drones, vehículos…). El MITECO tiene en los diferentes frentes activos 640 bomberos forestales con 56 medios aéreos, 7 autobombas y las pick-ups necesarias para el funcionamiento del operativo. A la aportación del gobierno central habría que añadir la inestimable colaboración de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado (5.000 agentes de la guardia civil, 350 policías nacionales y 200 miembros de Protección Civil a día de hoy).


No parece por tanto adecuada la queja de algunos dirigentes políticos regionales y del líder de la oposición que, como en otras ocasiones, están orientadas a desviar la atención y a intentar difuminar la disminución de las inversiones en prevención y extinción de incendios forestales y utilizar de nuevo una catástrofe para confrontar con el gobierno de Pedro Sánchez. Pondré solo un ejemplo que puede resultar ilustrativo. Mientras el gobierno de Castilla-León reclamaba más medios al gobierno de la nación, mantenía aparcados, inutilizados, otros medios recibidos. Al desvelarse el asunto y ser pillados con el carrito de los helados, se han despachado con un simple “lo siento, no volverá a ocurrir”, emulando al ‘emérito’.


Lo que sí está resultando evidente es la incompetencia en la gestión de los dispositivos regionales contra incendios, (fallos de coordinación, falta de previsión en algunas contrataciones, opacidad informativa...), la disminución de la inversión de las comunidades autónomas en los últimos años, tanto en prevención como en extinción y, en algún caso, la deriva hacia la privatización de estos servicios públicos.


El cambio climático: el acelerador de la tragedia.


Negar la incidencia del cambio climático en los incendios forestales es ignorar la realidad. Todas aquellas personas que declaran que “siempre ha hecho calor en agosto” o los que nos llaman ‘fanáticos climáticos’ a los que señalamos que estamos ante un escenario diferente al que nos enfrentábamos hace unas décadas, están haciendo un flaco favor a la hora de enfrentar y resolver la delicada situación. El aumento de las temperaturas, la reducción de las precipitaciones y la proliferación de fenómenos meteorológicos extremos -como la prolongada ola de calor de este mes de agosto- crean un escenario perfecto para la propagación de las llamas. La vegetación se seca, se convierte en un combustible altamente inflamable y los días de alto riesgo se multiplican. El cambio climático no provoca los incendios -es cierto que la gran mayoría son de origen humano, ya sea intencionado o accidental-, pero sí aumenta su probabilidad, los magnifica y dificulta su extinción. Convierte fuegos pequeños en gigantes, conocidos como megaincendios o incendios de sexta generación, que escapan al control de los equipos de extinción, ya que alteran la dinámica de las capas altas de la atmósfera y generan vientos que pueden ser muy difíciles de modelar, por lo que se hace muy difícil predecir el comportamiento del fuego.


Pero igualmente influyente son otros motores de cambio global como la urbanización en interfaces urbano-forestales, la ausencia de medidas de gestión adaptativa en nuestros montes o, en algunos casos, el insuficiente dimensionamiento de los dispositivos de prevención y extinción y la precariedad de salarios y de medios con la que trabajan los profesionales.

La adaptación de los montes: la clave para el futuro.

Si el cambio climático ha cambiado el tablero de juego, nuestras políticas forestales también deben hacerlo. Es urgente dejar atrás la visión de ‘bosques intocables’ y adoptar una gestión forestal activa. Ello implica silvicultura preventiva, impulso de la ganadería extensiva tradicional, recuperación del mosaico agroforestal y una adecuada ordenación del territorio.


Este debe ser el verdadero significado de los que se ha dado en llamar, de manera simplista, “apagar los fuegos en invierno”, o actuaciones de gestión de las masas forestales para la prevención de los incendios. Sería más adecuado considerar que lo que debemos realizar es una gestión adaptativa de nuestros montes, lo que en Andalucía se ha bautizado como una transición hacia el paisaje mediterráneo del siglo XXI, esto es, montes con discontinuidades, heterogéneos, multifuncionales, lo que implica políticas públicas de restauración de la naturaleza basadas en la gestión adaptativa ante el cambio global. El objetivo es avanzar hacia ecosistemas con mayor biodiversidad, más resilientes y más resistentes ante el fuego y también ante otros agentes agresivos causados o favorecidos por el cambio climático: decaimiento forestal, incendios, plagas, sequías extremas, pérdida de biodiversidad… Esta reorientación de la política forestal debe servir además para frenar la despoblación y para la creación de empleo en el medio rural, así como para dinamizar un tejido económico asociado a estas actividades.


Lo que debemos desterrar de nuestro lenguaje (y sobre todo de nuestras cabezas) es lo de “los montes están sucios y llenos de matojos y maleza”, y por lo tanto hay que dejarlos ‘limpios’ (lo que algunos entienden sin ninguna vegetación). Es cierto que desgraciadamente hay mucha suciedad, mucha basura, en algunos espacios naturales, como en los ríos o en las playas, que proviene de la mala educación (así, sin el apellido ambiental) y del comportamiento irrespetuoso con la naturaleza de demasiadas personas. Pero no es adecuado referirse a que el monte está sucio cuando hay diferentes estratos de vegetación, que forman parte de una sucesión natural, en muchos casos originada por el abandono rural y que en función de las condiciones meteorológicas va variando cada temporada.


En primer lugar debemos entender que a mayor biodiversidad los montes son más ricos y más resilientes y en segundo lugar hay que saber que no es sostenible (ni económica ni ambientalmente) mantener los bosques como si fueran un parque urbano. La teoría, que ya ha calado en USA en la segunda era Trump, de cortar los árboles para que no se quemen, encierra un concepto antiguo y productivista de los montes muy alejado del papel que en la actualidad debe otorgárseles como fuentes de bienes y servicios ecosistémicos necesarios para el bienestar de nuestra sociedad. El monte no tiene la culpa de que alguien lo queme, a veces con un interés más o menos oculto (urbanístico, generación de pastos… o ahora probablemente en algún caso para el despliegue irracional de energías renovables).


En este contexto el Pacto de Estado frente a la emergencia climática, ofrecido por el presidente del Gobierno, no solo es oportunísimo sino que es necesario para establecer una más clara co-gobernanza, (que implique también a los ayuntamientos), lo que supone un gran desafío para la colaboración y coordinación entre administraciones, dejando claro que las competencias en extinción y prevención de incendios, residen fundamentalmente en las comunidades autónomas.


También debe resultar meridianamente claro que la necesaria respuesta debe ser abordada con políticas basadas en la evidencia de la emergencia climática, dispositivos públicos de extinción bien dotados y profesionales bien formados y dignamente remunerados, que implica, entre otras cuestiones, una mayor inversión en la capacidad de detección y en la extinción temprana.


En todo caso debemos aprender, de una vez por todas, que la lucha contra los incendios forestales no se libra solamente en verano con cubas de agua, mangueras, aviones, drones y toda la parafernalia que se quiera, sino durante todo el año con políticas activas en los montes y con una mayor conciencia de la sociedad. El cambio climático exige anticipación y una transformación de la gestión forestal hacia “paisajes adaptados” que reduzcan la vulnerabilidad y aumenten su resiliencia.


Hablemos, en caliente si queremos, de quién tiene la culpa de los incendios forestales, echémonos en cara “quién puso más” como dice la canción, pero cuando llegue el otoño, no nos olvidemos de la necesaria reorientación de las políticas públicas de prevención y extinción de incendios teniendo en cuenta el impacto del cambio global en los ecosistemas mediterráneos.


Por una vez, y a ver si sirve de precedente, la derecha centrada y moderada, la que aspira a gobernar, aunque se haya quedado anclada en ser oposición a todo, sin alternativas, (de la ultraderecha no espero nada positivo tampoco en este campo), debe apostar por políticas de Estado con mirada larga y abandonar el “cuanto peor, mejor”, que lleva practicando tantos años; Feijóo debe dejar de sucumbir al populismo demagógico y utilizar cualquier asunto como una política de confrontación contra el gobierno de Pedro Sánchez. Y, si le queda autoridad, el líder de la oposición debe ordenar a sus barones, y baronesas, que se sienten a dibujar una estrategia, que más allá de pensar en las próximas elecciones sirva para dejar una mejor herencia a las siguientes generaciones. Si el PP gobernara en el futuro se vería beneficiado de este asunto de gran calado y, aunque no llegara a hacerlo, también porque demostraría, al menos en esta ocasión, que es capaz de llegar a acuerdos de interés general. En ambos casos, la sociedad en su conjunto vería que sus representantes públicos son capaces de alcanzar un consenso ante la acción ante el cambio climático lo que serviría para cambiar el clima político, cada vez menos respirable.


viernes, 8 de agosto de 2025

"Más falso que (el curriculum) de un político

 “Más falso que (el currículum de) un político” | El Independiente de Granada

Más falso que (el curriculum de) un político”

Sacando punta

Ignacio Henares Civantos

No sé si la actual coyuntura política, –utilizo este eufemismo para no referirme al cada vez más irrespirable clima de confrontación-, alimentada por el ‘calorcillo’ del verano y su frecuente contribución a serpientes informativas, habrá contribuido más o menos, pero el caso es que la prensa que me llega estos días está plagada de noticias, artículos e incluso editoriales relacionadas con la proliferación de currículums falsos o exagerados, donde las mentiras y la sobrevaloración de los títulos parecen ser la norma más que la excepción.

(Dejaré para otro día aquellas manipulaciones que entran en lo delictivo como aparentar una titulación que es exigida para desarrollar una actividad profesional o mentir sobre su posesión y acceder a puestos que la requieran, algunas de las irregularidades que han saltado a la palestra estos días).

En nuestro mercado laboral, el curriculum vitae ha sido la primera carta de presentación para lograr el empleo soñado. En la actualidad hay incluso empresas, aplicaciones y técnicas que exageran, de manera interesada, sobre la importancia de un atractivo CV y embaucan a sus clientes y potenciales usuarios sobre sus bondades.

Siempre ha habido una tendencia al retoque en los méritos y a la hipérbole. Conozco directamente decenas de casos, “sin desagerar”, de personas que han mentido sobre sus carreras, sobre sus expedientes académicos o sobre su experiencia profesional; pero lo de llevarlo al currículum y exponerse a publicarlo me parece un salto cualitativo.

Desconfío tanto de los curriculos muy engordados, con abundante paja, como detesto esa moda de hacerlos cada vez más cortos, centrados en la estética que facilita enmascarar algunas referencias. Lo que me parece ridículo es que se inflen experiencias laborales o se inventen certificaciones que nunca se obtuvieron, con lo fácil que es comprobar su falta de autenticidad. Especialmente estúpido me resulta lo de mentir con el dominio de idiomas o querer aparentar titulaciones que no se poseen, como aquello de indicar “inició sus estudios en…” que hay que ser muy tontos para no entender lo que significa.

Una de las razones que encuentro a esta, al parecer, creciente práctica, es la sobrevaloración de los títulos, (escribo esta palabra y me acuerdo de Feijóo y su ‘broma’ con las ‘vacaciones sobrevaloradas’ y me entra la risa), en especial en España, un país en el que hace unas pocas décadas los titulados universitarios eran un porcentaje bajo de la población, habitualmente perteneciente a una determinada extracción social. Especialmente valoradas eran algunas titulaciones, casi todas entonces masculinizadas. Quizás ello haya llevado a otorgarles un valor absolutamente desproporcionado.

Pero en la medida en la que hoy casi la mitad de la población tiene estudios superiores, superando a la media de la OCDE (40%) y a la de la UE (37%), y habiendo crecido 6 puntos porcentuales en la última década, puede parecer que lo que lleve a que abunden los casos en los que políticos hayan sido pillados in fragranti mintiendo sobre sus ‘pertenencias académicas’ debe ir acompañado de unos grandes complejos por poseer currículums exiguos, sobre todo si se hacía mientras se predicaba la meritocracia y la cultura del esfuerzo.

Yo encuentro relación en muchos casos con la oleada de postureo y de falsedad con la que mucha gente adorna en las redes sociales su (pobre) vida real. Un ejemplo: cada vez que me llega un anuncio de esa aplicación en la que puedes colocarte virtualmente en cualquier lugar del mundo, quitando las personas o cosas no deseadas, me entra una pena pensando cuánta frustración debe esconderse en los que sucumben a su uso. ¿Ignoran que la lectura les puede llevar a vivir experiencias más emocionantes en cualquier rincón del mundo?

Muchos se preguntarán cómo hemos llegado a esto. Pienso que la presión social y laboral, la falta de regulación estricta en algunos procesos de selección y la percepción de que los títulos abren puertas rápidamente, son algunos de los factores que más lo han alimentado. De igual manera pesa esa cultura de la meritocracia, mal entendida, en la que se confunde tener más certificados, (sobre todo si son de los que valen una pasta gansa), como sinónimo de mayor valía.

Para luchar contra este lastre en la selección de personal, tanto en las administraciones públicas como en las empresas, se deben reforzar los procesos de verificación de antecedentes y experiencias. Además, se debe promover una cultura que valore las habilidades prácticas, las competencias adecuadas a cada puesto y la experiencia real, por encima de la titulitis. La educación y la sensibilización sobre la importancia de la honestidad en los currículums también son elementos claves para cambiar esta realidad.

Si en política triunfara la estrategia de la honestidad, la de defender la verdad, la de haber llegado con trabajo, esfuerzo, sacrificio y capacidad de superación, valores superiores y más importantes que esos certificados que llevan detrás la marca de los miles de euros que cuestan, y que en apenas un par de minutos de entrevista, sin ser experto, se puede advertir de su más que relativa utilidad y aprovechamiento.

Hablo con la autoridad que me da decir que yo también pequé (venialmente) cuando trabajaba de camarero en Andorra y decía que me iba a un proceso de inmersión lingüística o cuando contaba en mi experiencia laboral en el departamento de contabilidad en unos grandes almacenes (cuando en realidad era ‘cajero’ -de descargar cajas-). Pero aquellos complejos de humildad, ya superados y convertidos en orgullo personal y familiar, forman parte de mi curriculum vitae, utilizado ahora en sentido literal. Por contra, mi titulación universitaria superior, aunque ya antigua, -de cuando se salía licenciado-, es cierta; mi máster -con TFM incluido sobre restauración natural y paisajística del Sacromonte-, auténtico y mi adscripción como profesor externo a la UGR desde hace tres años, real como la vida misma.

Quizás lo más grave y menos comprensible es que estas malas praxis se hayas extendido tanto en el campo de la política, que a diferencia de las entrevistas de trabajo, es una forma de representación, no un concurso de méritos y se puede representar bien a determinados sectores sociales y profesionales, sin tener títulos, presumiendo de haber sido cura antes que fraile, por ejemplo. Quizás eso proporcionaría una mayor riqueza y ‘biodiversidad’ en nuestras instituciones y nos daría una mayor conexión con nuestros representantes, y a ellos con nosotros.

Hay quien pondrá el acento en que el problema no es tanto que fulano no hubiera terminado un grado, mengano llamara máster a un ‘cursillo del PPO’ o zutano dijera que era médico sin serlo, sino que hubieran mentido de manera sostenida sobre ello. Y no le faltará alguna razón porque si son capaces de mentir, y mantener el engaño, poniendo datos falsos en una declaración pública y publicada, o si no estás al tanto (es un poner) en lo que ponen los folletos de propaganda de tu partido sobre tus méritos, es que pueden mentir en cualquier cosa (otro suponer, sobre la declaración de bienes) y no valen para la política ni ‘pa ná’. Son unos farfollas.

Nota: Los ejemplos utilizados en este artículo son inventados; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Si alguien se siente aludido… agua y ajo.