Quiso la casualidad que el día 6 de julio acabara de leer el libro “El escalón de cristal” escrito por mi amiga Cristina González Moya y que ese mismo día lo presentara públicamente a un grupo de amigos y compañeros. Y quiso el destino que la fecha coincidiera con el aniversario de la muerte de Frida Khalo, uno de los personajes que ha utilizado la autora para ilustrar la parte del libro dedicada a la lucha de las mujeres discapacitadas en la historia del feminismo en un estremecedor capítulo titulado “una cinta de seda alrededor de una bomba”.
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(he colocado esta refrescante imagen de las sandías que fueron su última creación, poco antes de su muerte, con el provocador nombre de "Viva la vida").
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Es para mí un honor inmerecido que Cristina me sitúe entre los “chicos guerreros” por la igualdad entre hombres y mujeres en el capítulo final de agradecimientos, junto a tantas mujeres que han hecho y siguen haciendo mucho por remover los obstáculos que jalonan esta lucha.
El libro merece la pena leerlo, y releerlo, para adentrarse en el “discafeminismo” ya que aporta muchas claves para comprender la discriminación múltiple desde el testimonio directo de una mujer que ha tenido que afrontarla y, sobre todo, que ha tenido muy cerca muchos casos de otras muchas mujeres discapacitadas de las que Cristina se hace portavoz.
Es curioso que Cristina luche por “hacer visible” a nuestros ojos realidades que ella ha visto “sólo” con los ojos del corazón. Cristina me ha hecho ver cosas que yo antes no había visto, o al menos, no había sido capaz de verlas con la perspectiva que ella nos ha introducido.
Tuve que hacer un esfuerzo de re-educación para saber cómo tratarla, como dirigirme a ella y como utilizar el lenguaje para comunicarme con ella de manera correcta y me vino muy bien la guía de Forges al respecto con la que nos reímos mucho.
En la presentación del libro le deseé, y aquí también lo hago, que su obra sea leída y comentada. Decía un filósofo español del siglo pasado que en España la mejor manera de esconder un secreto era “guardarlo” en un libro. Tal era la renuencia a la lectura en aquella época afortunadamente superada. Aún así, yo soy de los que opino que en nuestro país se lee desgraciadamente poco, muy poco para mi opinión y para mi afición a este placer genuinamente humano. Que en nuestro país se lea poco no es obstáculo para que algunas personas que no leen nada sean de las que más hablan y de las que creen que lo saben todo.
Uno de los objetivos pendientes de las reformas educativas es inculcar el amor a la lectura y a la crítica de los libros que yo mamé en mi casa cuando mi padre sacrificaba otras cosas en el hogar pero nunca renunció a la dotación de libros que iba incrementando en cualquier ocasión en la que podía “estirarse” el presupuesto y por eso aprovecho cualquier ocasión para criticar a los maestros que “castigan” a los alumnos con leer un libro, en lugar de premiarlos.
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Es para mí un honor inmerecido que Cristina me sitúe entre los “chicos guerreros” por la igualdad entre hombres y mujeres en el capítulo final de agradecimientos, junto a tantas mujeres que han hecho y siguen haciendo mucho por remover los obstáculos que jalonan esta lucha.
El libro merece la pena leerlo, y releerlo, para adentrarse en el “discafeminismo” ya que aporta muchas claves para comprender la discriminación múltiple desde el testimonio directo de una mujer que ha tenido que afrontarla y, sobre todo, que ha tenido muy cerca muchos casos de otras muchas mujeres discapacitadas de las que Cristina se hace portavoz.
Es curioso que Cristina luche por “hacer visible” a nuestros ojos realidades que ella ha visto “sólo” con los ojos del corazón. Cristina me ha hecho ver cosas que yo antes no había visto, o al menos, no había sido capaz de verlas con la perspectiva que ella nos ha introducido.
Tuve que hacer un esfuerzo de re-educación para saber cómo tratarla, como dirigirme a ella y como utilizar el lenguaje para comunicarme con ella de manera correcta y me vino muy bien la guía de Forges al respecto con la que nos reímos mucho.
En la presentación del libro le deseé, y aquí también lo hago, que su obra sea leída y comentada. Decía un filósofo español del siglo pasado que en España la mejor manera de esconder un secreto era “guardarlo” en un libro. Tal era la renuencia a la lectura en aquella época afortunadamente superada. Aún así, yo soy de los que opino que en nuestro país se lee desgraciadamente poco, muy poco para mi opinión y para mi afición a este placer genuinamente humano. Que en nuestro país se lea poco no es obstáculo para que algunas personas que no leen nada sean de las que más hablan y de las que creen que lo saben todo.
Uno de los objetivos pendientes de las reformas educativas es inculcar el amor a la lectura y a la crítica de los libros que yo mamé en mi casa cuando mi padre sacrificaba otras cosas en el hogar pero nunca renunció a la dotación de libros que iba incrementando en cualquier ocasión en la que podía “estirarse” el presupuesto y por eso aprovecho cualquier ocasión para criticar a los maestros que “castigan” a los alumnos con leer un libro, en lugar de premiarlos.
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Espero que mucha gente tropiece con este escalón de cristal para que sea consciente de las enormes dificultades que podríamos evitarles/evitarnos a muchas personas si sacamos a la luz esta discriminación poliédrica a la que se enfrentan las mujeres con discapacidad. Entre todos y todas podemos convertir estas escaleras en una rampa más suave, más accesible, que nos haga llegar hasta ese techo, también de cristal, que tenemos que seguir rompiendo, aunque con cuidado para que los cristales rotos no nos abran heridas que nos desangren. Sobre esto, creo que versará el próximo libro de Cristina y sobre ello me ha pedido una colaboración que ya estoy pergeñando en los ratos libres para no defraudarla ni defraudarme.
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