A mí los que más me preocupan, por lo dañinos que pueden ser, son aquellos que quieren convertir la lucha contra el cambio climático en una cuestión de partidos o en una cuestión de fe. Los hay peligrosos porque saben mucho pero son muy cínicos y los hay también que opinan con la seguridad y el atrevimiento que le da la ignorancia. Deben de tener mucho tiempo o trabajan como mercenarios de petroleras o de grandes intereses corporativos porque están siempre muy activos y asoman en todos los medios digitales cuando se publica una noticia sobre este tema. No dan la cara y actúan siempre con seudónimos. En esto se parecen a muchos de los negacionistas que prefieren las páginas del papel couché y los monólogos a dar la cara en el debate científico y someter sus opiniones (estudios también si los hubiera) a la discusión pública. Aunque daría para poco el debate con algún filólogo o sociólogo sobre la persistencia del metano en la atmósfera o el ambiguo papel de los aerosoles en el efecto invernadero por ejemplo.
Mientras tanto hay gente que sufre el cambio climático en tiempo real, en primera persona como ha puesto de manifiesto en un estupendo reportaje de El País en vísperas de
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