martes, 14 de diciembre de 2010

In Memoriam de Enrique Morente

Era necesario, para que Enrique Morente subiera a los Altares de los Mitos, que tuviera una muerte (relativamente) temprana y rodeada de algún halo de misterio, de tragedia, de polémica. Estaba escrito que, además, tenía que ser un año especial, una fecha mágica, como este 2010 en el que la Unesco ha reconocido que el flamenco es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, hace apenas un mes. 

Ha muerto un Patrimonio humano del mundo, del flamenco, de Granada, “de su Granada, pobre Granada”. Se nos va una gran estrella que andará buscando definitivamente por el firmamento “la estrella “ que tanto buscó por la Tierra. Y se nos va en un momento en el que andamos muy faltos de guía, sobre todo moral.


Conocí a Enrique Morente a través de Lagartija Nick, es decir, yo llegué al flamenco a través del rock. El objetivo del cantaor era el contrario, hacer llegar más lejos, más alto, la música “moderna” con el aval de la esencia, de la pureza, del flamenco. Aprendí con Morente que, como decía Camarón, el flamenco bueno era el que a uno le gusta, el que te hace sentir un pellizco en el estómago o en el alma. Y, como muchos, supe que el flamenco auténtico es el que está vivo el que tiene tantas raíces para hundirse como alas para volar. Que el flamenco de verdad, el más puro, es el más mestizo, el que más bebe de otras músicas y el que más da a otros ritmos.

Como 'granaíno' he tenido la oportunidad de conocer al maestro Morente de cerca, de coincidir con él en varias ocasiones, de sentirme junto a un “monstruo”, incluso de compartir alguna ilusión, pero lo mejor es que he podido gozar en diferentes ocasiones de sus magníficas actuaciones de las que ahora recuerdo especialmente la del Palacio de Carlos V, una noche de “ensueño” de verano de la que ya escribí en este blog aquí, (Artistas en su Tierra),  y otra estupenda gala en el Auditorio Manuel de Falla, dos santuarios del arte mundiales, los dos en la colina de la Sabika, asentamiento de La Alhambra, otro Patrimonio de la Humanidad, este material.


Pero Enrique, como gran estrella, no nos ha dejado huérfanos porque ha quedado un gran faro de luz, que alumbrará lejos y durante mucho tiempo: su gran legado musical, cultural y personal de bonhomía. Y además nos ha dejado una gran Estrella brillando con luz propia.

Me niego a que entierren a Enrique Morente. Propongo que lo siembren en lo alto del Mulhacén, la cumbre de la Península Ibérica, en Sierra Nevada, mi Sierra Nevada.

1 comentario:

Jose Luis Sanchez dijo...

Silencio en el Albayzín

Los duendes buscan por los rincones,
las musas perdidas en los callejones.
¿donde está el flamenco de los trovadores?
¿donde el cantaor de cantaores?.

Dios se llevo al “Ronco” de Granada
sin poderse despedir de su bella amada,
la Alhambra le llora sola y desconsolada.

A la luz de una candela
los flamencos están de duelo,
desde la Torre de la Vela
lanzan sus quejíos al cielo.

Cuando vuelva al Albayzín,
me ahogara el dolor y el llanto
en una agonía sin fin.