miércoles, 8 de agosto de 2007

POESÍA EN EL LAUREL

Llegué al Convento San Luis el Real casi con el tiempo justo de saludar al alcalde, mi amigo Jorge Rodríguez, que me presentó a la nueva directora del Área de Cultura, una chica cubana que estaba con su compañero Vázquez de Sola. Para su sorpresa, yo le conocía desde hace muchos años y en unos instantes pude comentar con él como de pequeño mi padre, (como otros muchos en los últimos años del franquismo), escuchaba cada vez que teníamos visita de confianza, con las puertas y ventanas cerradas, grabaciones suyas venidas de Francia, en las que arremetía contra Franco. Y recordé también algunas de sus viñetas y caricaturas que circulaban por entonces. Desde entonces, he seguido su trayectoria como humorista.

El protocolo me colocó junto a Paco Moraga, concejal de Medio Ambiente y delante de Tato Rébora, de La Tertulia, el del Festival del Tango, argentino, como el que nos disponíamos a escuchar.

El acto empezó con una presentación de Juanjo Ibáñez, breve pero profunda, lo suficiente para enmarcar al verdadero protagonista. A continuación un saludo emocionado y orgulloso del alcalde de la Zubia, del área metropolitana de Granada y para la Humanidad, a las casi mil personas que calculo que llenaban el patio del convento. Y apareció Alberto Cortez, de negro, como casi siempre, más mayor, más gordazo, pero el mismo de siempre.

Para darme el gusto arrancó con “Mi árbol y yo” y recordé que para encontrar el sentido de la vida hay que saber plantar árboles para que otros disfruten de su sombra y recordé también los primeros árboles que planté con mi padre (otra vez el recuerdo de mi padre ayer) cuando era muy pequeño.

Y se sucedieron las canciones que eran poesía y los poemas que eran cantos. Poesía en el Laurel, con las monjitas en los balcones. Poesía en la gloria, poesía para el cuerpo y para el alma. Poesía mientras se escuche el rumor de un arroyo, el canto de un grillo. Y llegó Distancia y la Nana de la Cebolla para elevar la temperatura ambiental.

Cuando sonó “Que suerte he tenido de nacer” pensé que el concierto estaba dedicado a mí, a mi momento, a mi cumpleaños y reflexioné bajo las notas del piano que ya no tengo más que buscar sino que disfrutar, de compartir, de dar y de devolver. Que tengo lo que quiero y tengo que querer más lo que tengo.

Los tres Pablos” (Neruda, Picasso y Casals), “Te sigo queriendo como el primer día” y “A partir de mañana” la canción que había inspirado mi post anterior (Carpe Diem). A estas alturas las monjitas ya estaban más relajadas y se sentaron visibles en los balcones.

Alberto recitó un poema sobre el vino que saca cosas que el hombre calla y pensé en la antología poética sobre el vino que prepara Eduardo Castro uno de los protagonistas de la Poesía en el Laurel la semana próxima.

Y llegó la del “Perro Callejero” y el poeta/cantante recordó a su perra recién fallecida y yo (y Mariángeles más) al Guay que ya no está tampoco con nosotros. “En un rincón del alma”, “El abuelo, "Lupita" (canción estrenada en España ayer)... Y el broche final “Cuando un amigo se va”, cantando al final sin micrófono ante un público a estas alturas más que entregado, rendido a sus pies. Y con alguna monja ya abajo esperando poder abrazar o pedirle un autógrafo al artista.

Al final del concierto-recital comenté que a Alberto Cortez se le veía a gusto, se le nota que tiene muchas tablas, mucha mili, pero pienso que además de oficio hay que tener sentimiento para poder transmitir en un rato tantas emociones.

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