Septiembre siempre es un mes difícil, de mucho trabajo, muchos proyectos, muchas cosas pendientes que no se han podido hacer antes por el verano y no se pueden dejar para después porque hace falta acabarlas antes de que acabe el año. Eso ha hecho que dejara sin rematar varios libros de los que había preparado pare este verano, (esa costumbre/manía mía de leer varias cosas a la vez), que este alargado fin de semana de descanso en Los Pedroches he aprovechado para apurar.
Entre visita a la Feria del Jamón de Bellota y la romería de la Virgen de Luna, he encontrado ratos para acabar algunas lecturas atrasadas relativas a nuestra historia como Los Años del Miedo (Juan Eslava) o El Corazón Helado (Almudena Grandes).
Vivimos momentos en los que la derecha extrema, y algunos aliados anarcoliberales, se empeñan en querer enterrar nuestra historia, justo en el instante preciso en que la (timorata) “Ley de la Memoria Histórica” está permitiendo que se abra la posibilidad de desenterrar los restos de miles de fusilados en cunetas y tapias de cementerios y de sacar a la luz, simultáneamente historias que estaban guardadas en la memoria de hijos, de nietos, de familiares que escondían en lo más profundo lo que deberían exhibir con orgullo.
Cuando profundizo en la historia del siglo XX de nuestro país, comprendo que en Granada, en Andalucía y en España, hay mucha gente que dice querer olvidar pero lo que quiere es que no se sepa, que no se conozca, que se desvirtúe la realidad, que quede sepultada como han estado los esqueletos de tantas personas por ser leales a la II República, condenados como si hubieran sido ellos los sublevados.
Juan Eslava es mi historiador de cabecera, con el que me es fácil y divertido bucear por la historia y la prehistoria. Sin embargo me ha impresionado mucho la lectura del libro de Almudena Grandes. Un libro que le hubiera gustado leer a mi padre, a los padres de los de mi generación; un libro de gran interés para los que nacimos y nos criamos a caballo entre el final de la dictadura y la transición democrática, pero, sobre todas las cosas es un libro que deberían leer mis hijas e hijos, nuestros hijos, a los que les parece, (hay quien quiere que les parezca), batallitas superadas.
Este libro me ha hecho recordar a mi padre, a su afición a la lectura, a aprender de todo, que me contagió. Cuando había muchas dificultades económicas y privaciones, nunca faltaron en mi casa las colecciones de libros, (como los100 ejemplares de la Salvat de bolsillo clasificados por colores –verde, naranja, azul, que creo que fueron los primeros libros que leí), las enciclopedias de Naturaleza y de Arte y las últimas cosas del Círculo de Lectores. Me apena que todavía siga vigente que en España “la mejor manera de guardar un secreto sea escribirlo en un libro”.
Entre visita a la Feria del Jamón de Bellota y la romería de la Virgen de Luna, he encontrado ratos para acabar algunas lecturas atrasadas relativas a nuestra historia como Los Años del Miedo (Juan Eslava) o El Corazón Helado (Almudena Grandes).
Vivimos momentos en los que la derecha extrema, y algunos aliados anarcoliberales, se empeñan en querer enterrar nuestra historia, justo en el instante preciso en que la (timorata) “Ley de la Memoria Histórica” está permitiendo que se abra la posibilidad de desenterrar los restos de miles de fusilados en cunetas y tapias de cementerios y de sacar a la luz, simultáneamente historias que estaban guardadas en la memoria de hijos, de nietos, de familiares que escondían en lo más profundo lo que deberían exhibir con orgullo.
Cuando profundizo en la historia del siglo XX de nuestro país, comprendo que en Granada, en Andalucía y en España, hay mucha gente que dice querer olvidar pero lo que quiere es que no se sepa, que no se conozca, que se desvirtúe la realidad, que quede sepultada como han estado los esqueletos de tantas personas por ser leales a la II República, condenados como si hubieran sido ellos los sublevados.
Juan Eslava es mi historiador de cabecera, con el que me es fácil y divertido bucear por la historia y la prehistoria. Sin embargo me ha impresionado mucho la lectura del libro de Almudena Grandes. Un libro que le hubiera gustado leer a mi padre, a los padres de los de mi generación; un libro de gran interés para los que nacimos y nos criamos a caballo entre el final de la dictadura y la transición democrática, pero, sobre todas las cosas es un libro que deberían leer mis hijas e hijos, nuestros hijos, a los que les parece, (hay quien quiere que les parezca), batallitas superadas.
Este libro me ha hecho recordar a mi padre, a su afición a la lectura, a aprender de todo, que me contagió. Cuando había muchas dificultades económicas y privaciones, nunca faltaron en mi casa las colecciones de libros, (como los100 ejemplares de la Salvat de bolsillo clasificados por colores –verde, naranja, azul, que creo que fueron los primeros libros que leí), las enciclopedias de Naturaleza y de Arte y las últimas cosas del Círculo de Lectores. Me apena que todavía siga vigente que en España “la mejor manera de guardar un secreto sea escribirlo en un libro”.
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