Ya queda poco para la inauguración de la cuarta fase del Parque de las Ciencias de Granada. Tuve la oportunidad de ver las obras hace unos meses aprovechando la visita del presidente Chaves y espero con impaciencia la apertura de los nuevos pabellones y la gran exposición de la Antártida que empezará en julio.
El nuevo edificio responde a un proyecto arquitectónico ideado como los dedos desplegados de una mano que se abren hasta tocar el río Genil. Las cubiertas son un manto que simboliza la unión entre la Sierra (así conocemos los granadinos a Sierra Nevada aunque hay otras sierras en el entorno) y la Vega (igual sucede con la parte –cada vez más exigua- de la vega que conecta con la ciudad por el este y que se convierte en "la Vega" por antonomasia).
Curiosamente con lo orgullosos que estamos de estos dos referentes paisajísticos, ecológicos y culturales, en estos dos símbolos de la identidad de Granada, de manera reincidente, (con lo que la pena es más grave), hemos elegido un alcalde que tiene un gran desprecio hacia estos elementos simbólicos y se ha convertido en su principal amenaza. En un caso apoyando proyectos como el del timoférico (perdón, quise decir teleférico) y la ampliación de la estación de esquí, lo que significaría un enorme impacto ambiental y paisajístico al parque nacional y parque natural de Sierra Nevada y el primer paso de un ataque especulativo y de un modelo de desarrollo insostenible.
Por otra parte, Terminatorres Hurtado, apoya la destrucción de la Vega con la excusa de la ampliación de la Universidad o la del Campus de la Salud o con la coartada menor de la instalación del nuevo Ferial. Me preocupa que haya gente que se lo crea o que piense que esa es la única alternativa a las supuestas necesidades de suelo para equipamientos públicos. Alternativas hay sin sacrificar estos iconos que nos distinguen y hacen que seamos admirados. Sin ellos y sin la Alhambra, Granada perdería su identidad, su personalidad.
Vuelvo al “nuevo” Parque de las Ciencias. Es una construcción de gran belleza arquitectónica, está concebida para cumplir con su funcionalidad y no como otros edificios dedicados a la divulgación científica en los que se ha realizado un fastuoso megaproyecto para lucimiento de su arquitecto y vanagloria política de su promotor y luego a ver qué y cómo se mete dentro y cómo se gestiona y no quiero dar más pistas de a cuáles me refiero. En nuestro “museo de la ciencia”, desde el inicio, desde su concepción, arquitectura y contenidos han ido de la mano.
El Macroscopio, qué es como se llama el nuevo edificio sobre el que se vertebrarán las visitas y las actividades en breve, pone en evidencia el papel de uno de los protagonistas principales: el director del Parque de las Ciencias, Ernesto Páramo. Recuerdo una conversación, hace ya muchos años, a la luz de las velas, tras una cena en la terraza de mi antiguo apartamento albaicinero, en la que estaban, al menos, Manolo Chirosa y Maribel Benitez, Javier Medina y Roser Buscarons y Francesco Tonucci, (el invitado especial que había dado una charla esa tarde en el ayuntamiento). Hablábamos de que la ciencia había avanzado especializándose cada vez en ramas más concretas y que había inventado artefactos para ver las cosas que están muy lejos (telescopios) y las que son muy pequeñas (microscopios) pero que faltaba un invento, que no era un aparato sino una forma de pensar, que fuera capaz de unir todos esos conocimientos y “verlos” de manera integrada. Ese era el macroscopio término del que desconozco su verdadera paternidad pero que he empleado con frecuencia para definir lo que hacemos los ambientólogos, los especialistas en generalidades ambientales.
Me siento muy vinculado al Parque de las Ciencias y cada vez que lo visito me siento como en casa y me tratan como si estuviera en ella tanto Ernesto como el resto del personal, los que están desde el comienzo (Javier, Paz, Vicente, Manolo, MariAngustias…), como los que se han ido incorporando (Juanjo, Pilar, …). Estoy orgulloso de haber pertenecido al gobierno municipal que apostó por este equipamiento, en aquél momento con muchas dificultades, con poco apoyo y mucha incomprensión y ceguera política de la entonces oposición del PP. Nunca he contado mi conversación con Jesús Quero, a la sazón alcalde, cuando me incorporé al ayuntamiento de Granada, a mitad de la legislatura 91-95, y me preguntó qué concejalía quería o podría llevar. Cuando me encargó el área de participación ciudadana me pareció bien pero solicité que quería llevar también Educación para gestionar el Parque de las Ciencias, y el Patronato de Escuelas Infantiles (el que se quiere cargar ahora el PP). Por entonces acababan de iniciarse las obras y yo había participado en el parto de la idea.
Meses después cuando Manolo Pezzi, que era teniente alcalde y delegado de Urbanismo y Obras Públicas, fue nombrado consejero del gobierno andaluz, me encargaron el Área de Obras Públicas, y heredé también la dirección, en su fase final, de las obras. Y así fue como me incorporé a la gestación de esta gran obra que debe hacernos sentir orgullosos colectivamente y que justifica por sí sola la dedicación a la cosa pública. Siempre presumo de haber colaborado, modestamente, a su desarrollo sobre todo porque el camino inicial no fue nada fácil y en cierto sentido tuvimos que nadar contra corriente, remar y dar pedales durante un tiempo muy solos y combatiendo el escepticismo y la indolencia, (dos de los males de una de las almas de esta ciudad).
Sólo hubo que confiar y apostar por el parque de las ciencias como una prioridad del mandato. El éxito, como luego ha ocurrido, estaba asegurado. Lo importante, y en eso sí estuvimos acertados los responsables políticos de entonces, y los que han venido después lo han continuado, estaba en ser los pioneros y conseguir que tuviera dimensión andaluza, que fuera, si no el único, sí el principal Museo de las Ciencias de Andalucía y ha ello ha contribuido definitivamente el desarrollo de esta cuarta fase.
El nuevo edificio responde a un proyecto arquitectónico ideado como los dedos desplegados de una mano que se abren hasta tocar el río Genil. Las cubiertas son un manto que simboliza la unión entre la Sierra (así conocemos los granadinos a Sierra Nevada aunque hay otras sierras en el entorno) y la Vega (igual sucede con la parte –cada vez más exigua- de la vega que conecta con la ciudad por el este y que se convierte en "la Vega" por antonomasia).
Curiosamente con lo orgullosos que estamos de estos dos referentes paisajísticos, ecológicos y culturales, en estos dos símbolos de la identidad de Granada, de manera reincidente, (con lo que la pena es más grave), hemos elegido un alcalde que tiene un gran desprecio hacia estos elementos simbólicos y se ha convertido en su principal amenaza. En un caso apoyando proyectos como el del timoférico (perdón, quise decir teleférico) y la ampliación de la estación de esquí, lo que significaría un enorme impacto ambiental y paisajístico al parque nacional y parque natural de Sierra Nevada y el primer paso de un ataque especulativo y de un modelo de desarrollo insostenible.
Por otra parte, Terminatorres Hurtado, apoya la destrucción de la Vega con la excusa de la ampliación de la Universidad o la del Campus de la Salud o con la coartada menor de la instalación del nuevo Ferial. Me preocupa que haya gente que se lo crea o que piense que esa es la única alternativa a las supuestas necesidades de suelo para equipamientos públicos. Alternativas hay sin sacrificar estos iconos que nos distinguen y hacen que seamos admirados. Sin ellos y sin la Alhambra, Granada perdería su identidad, su personalidad.
Vuelvo al “nuevo” Parque de las Ciencias. Es una construcción de gran belleza arquitectónica, está concebida para cumplir con su funcionalidad y no como otros edificios dedicados a la divulgación científica en los que se ha realizado un fastuoso megaproyecto para lucimiento de su arquitecto y vanagloria política de su promotor y luego a ver qué y cómo se mete dentro y cómo se gestiona y no quiero dar más pistas de a cuáles me refiero. En nuestro “museo de la ciencia”, desde el inicio, desde su concepción, arquitectura y contenidos han ido de la mano.
El Macroscopio, qué es como se llama el nuevo edificio sobre el que se vertebrarán las visitas y las actividades en breve, pone en evidencia el papel de uno de los protagonistas principales: el director del Parque de las Ciencias, Ernesto Páramo. Recuerdo una conversación, hace ya muchos años, a la luz de las velas, tras una cena en la terraza de mi antiguo apartamento albaicinero, en la que estaban, al menos, Manolo Chirosa y Maribel Benitez, Javier Medina y Roser Buscarons y Francesco Tonucci, (el invitado especial que había dado una charla esa tarde en el ayuntamiento). Hablábamos de que la ciencia había avanzado especializándose cada vez en ramas más concretas y que había inventado artefactos para ver las cosas que están muy lejos (telescopios) y las que son muy pequeñas (microscopios) pero que faltaba un invento, que no era un aparato sino una forma de pensar, que fuera capaz de unir todos esos conocimientos y “verlos” de manera integrada. Ese era el macroscopio término del que desconozco su verdadera paternidad pero que he empleado con frecuencia para definir lo que hacemos los ambientólogos, los especialistas en generalidades ambientales.
Me siento muy vinculado al Parque de las Ciencias y cada vez que lo visito me siento como en casa y me tratan como si estuviera en ella tanto Ernesto como el resto del personal, los que están desde el comienzo (Javier, Paz, Vicente, Manolo, MariAngustias…), como los que se han ido incorporando (Juanjo, Pilar, …). Estoy orgulloso de haber pertenecido al gobierno municipal que apostó por este equipamiento, en aquél momento con muchas dificultades, con poco apoyo y mucha incomprensión y ceguera política de la entonces oposición del PP. Nunca he contado mi conversación con Jesús Quero, a la sazón alcalde, cuando me incorporé al ayuntamiento de Granada, a mitad de la legislatura 91-95, y me preguntó qué concejalía quería o podría llevar. Cuando me encargó el área de participación ciudadana me pareció bien pero solicité que quería llevar también Educación para gestionar el Parque de las Ciencias, y el Patronato de Escuelas Infantiles (el que se quiere cargar ahora el PP). Por entonces acababan de iniciarse las obras y yo había participado en el parto de la idea.
Meses después cuando Manolo Pezzi, que era teniente alcalde y delegado de Urbanismo y Obras Públicas, fue nombrado consejero del gobierno andaluz, me encargaron el Área de Obras Públicas, y heredé también la dirección, en su fase final, de las obras. Y así fue como me incorporé a la gestación de esta gran obra que debe hacernos sentir orgullosos colectivamente y que justifica por sí sola la dedicación a la cosa pública. Siempre presumo de haber colaborado, modestamente, a su desarrollo sobre todo porque el camino inicial no fue nada fácil y en cierto sentido tuvimos que nadar contra corriente, remar y dar pedales durante un tiempo muy solos y combatiendo el escepticismo y la indolencia, (dos de los males de una de las almas de esta ciudad).
Sólo hubo que confiar y apostar por el parque de las ciencias como una prioridad del mandato. El éxito, como luego ha ocurrido, estaba asegurado. Lo importante, y en eso sí estuvimos acertados los responsables políticos de entonces, y los que han venido después lo han continuado, estaba en ser los pioneros y conseguir que tuviera dimensión andaluza, que fuera, si no el único, sí el principal Museo de las Ciencias de Andalucía y ha ello ha contribuido definitivamente el desarrollo de esta cuarta fase.
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Los otros dos ingredientes vienen también de esta concepción original: de un lado, un equipo multidisciplinar profesional en la dirección, con una enorme vocación y compromiso por la Educación y por lo Público; por otro, la fórmula de gestión consorciada, con implicación de todas las administraciones, Junta de Andalucía que aportó la mayor parte de la inversión y ahora lo hace del presupuesto, Diputación y ayuntamiento de Granada, la Universidad de Granada, el CSIC y las dos entidades financieras granadinas, Caja Granada y Caja Rural de Granada.
1 comentario:
Buenas, Ignacio.
Muy ciertos los comentarios, aunque para los mismos que se oponían al proyecto, las ampliaciones son un despilfarro. Cuando se vuelva a demostrar que han sido un acierto, se querrán subir al carro.
He visitado otros parques de las ciencias (y de las artes) espectaculares por fuera, pero vacíos de contenidos.
Espero que las exposiciones que nos aguardan sean tan buenas como la de Atapuerca, por citar la que más me gustó.
Mi agradecimiento por vuestra labor.
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