Yolanda, nuestra guía, ha venido a acompañarnos al aeropuerto y a despedirse. Está especialmente contenta porque tras embarcarnos, ella embarcará a encontrarse con su arquitecto. Tras un problema con la confusión de dos Ignacios Henares viajando juntos (el problema de no reflejar los dos apellidos en los billetes), sacamos las tarjetas de embarque, nos despedimos de nuestra guía y agradecemos su colaboración en que nuestra primera parte del viaje haya sido estupenda.
El vuelo a Shanghai dura apenas un par de horas que a alguien se les pasa volando. Llegamos al aeropuerto Hong Qiao, el más antiguo de la ciudad, donde nos espera “Juan” que será nuestro guía-intérprete en esta segunda etapa del viaje.
El vuelo a Shanghai dura apenas un par de horas que a alguien se les pasa volando. Llegamos al aeropuerto Hong Qiao, el más antiguo de la ciudad, donde nos espera “Juan” que será nuestro guía-intérprete en esta segunda etapa del viaje.
Si a Pekín llegamos un año después de las Olimpiadas a Shanghai llegamos un año antes de la Exposición Internacional del 2010 que ya se vive por toda la ciudad.
Como nuestro hotel está en la zona más moderna de la ciudad, justo al lado opuesto de donde nos encontramos, propone que aprovechemos el día, (atravesar la ciudad en dos ocasiones nos puede hacer perder mucho tiempo), y vayamos a comer antes y después nos quedemos viendo el Templo de los Dioses Protectores (ni hay templo ya ni hay dioses protectores ni ná) en la parte más antigua de la ciudad y el Parque Yu Yuan. Aceptamos convencidos que es la mejor opción mientras nos asegura que no pasará nada con el equipaje. Nuestro conductor, curioso personaje, lo cuidará con celo.
Antes de la comida pasamos por un banco a cambiar otro poco de dinero (un modernísimo lugar con tecnología punto y unos bancos de espera con tapetes de ganchillo, un símbolo de las contradicciones y de las paradojas chinas) y desde allí, andando, nos dirigimos a un restaurante situado en un centro comercial donde nos ponen un montón de bandejas, esta vez sin mesa giratoria por lo que la comida es un continuo paso de platos en todos los sentidos. Es cierto Se asombran cuando pedimos repetir las pijiú pintá y les decimos que si hace falta las pagamos y efectivamente ha hecho falta pagarlas. El día está nublado y a veces cae una fina lluvia que debe ser ácida pues la contaminación en Shanghai es importante.
Tras la comida nos vamos directos al Museo de Arte, donde apenas estamos una hora que aprovechamos para ver las salas dedicadas al bronce y a la cerámica. En la tienda del Museo compramos un paragüas pues la lluvia, aunque suave, no cesa. El conductor nos espera puntual a la puerta del Museo situado en la parte moderna, en la confluencia de las antiguas concesiones francesa e inglesa. Desde allí nos conduce a la parte más antigua de la ciudad convertida en centro comercial y turístico pleno de bullicio. A todas horas parece la feria del Corpus en hora punta. Vamos directamente al Parque Yu Yuan al que ni siquiera la tarde gris (nos da una tregua el chirimiri) le resta belleza. “Paco” no sólo nos acompaña sino que continuamente nos va contando cosas de la historia de Shanghai y especialmente nos explica el diseño del “jardín chino clásico” una combinación equilibrada de la piedra, el agua, las plantas y la arquitectura. Y la casa de Yu es uno de los mejores ejemplos de todo el país. Miles de detalles en las esculturas, en los tejados, en las piedras de adorno traídas algunas desde lugares remotos, en las plantas, (algunas de ellas con centenares de años como un bellísimo ejemplar de Ginkgo biloba o cuidadísimos bonsais) y en todas las puertas y ventanas. Sólo están visitables algunas de las casas-pabellones del conjunto que muestran que el interior estaba en armonía con los exteriores.
Como a Juan le habíamos mostrado interés por comprar “falsificaciones auténticas” ha hecho un par de llamadas y ha concertado una visita a un piso franco cercano donde encontramos buenos bolsos de Chanel, Gucci, Luis Putón y otras. La negociación es dura pero al final hacemos una compra total del grupo a buenos precios. La tarde se nos ha echado encima y Paco nos acompaña al hotel Holyday Inn Shanghai Pudong Nanpu. Cruzamos el río por primera vez, esta vez por abajo, por un túnel de dos pisos, y nos dirigimos a la zona de Pudong, la zona más nueva de la ciudad; en apenas 20 años, ha crecido enormemente y aquí se encuentra la zona residencial y hotelera más importante en la actualidad.
El hotel es moderno, sin llegar al lujo del de Pekín, es un cuatro estrellas verdaderamente bueno. El check-in es rápido. Descansamos un poco y tiramos de listado de restaurantes recomendados y optamos por marisco. Un taxi nos deja a las puertas de un Seafood (parece que hemos acertado) y tenemos una cena magnífica gracias a la traducción de unos argentinos que llevan tiempo en Shanghai y que ya han comido varias veces en este lugar. Orejas de mar, langostitas y otras tonterías que compartimos. Acabamos temprano pero el día ha sido largo y nos vamos a la cama.
Como nuestro hotel está en la zona más moderna de la ciudad, justo al lado opuesto de donde nos encontramos, propone que aprovechemos el día, (atravesar la ciudad en dos ocasiones nos puede hacer perder mucho tiempo), y vayamos a comer antes y después nos quedemos viendo el Templo de los Dioses Protectores (ni hay templo ya ni hay dioses protectores ni ná) en la parte más antigua de la ciudad y el Parque Yu Yuan. Aceptamos convencidos que es la mejor opción mientras nos asegura que no pasará nada con el equipaje. Nuestro conductor, curioso personaje, lo cuidará con celo.
Antes de la comida pasamos por un banco a cambiar otro poco de dinero (un modernísimo lugar con tecnología punto y unos bancos de espera con tapetes de ganchillo, un símbolo de las contradicciones y de las paradojas chinas) y desde allí, andando, nos dirigimos a un restaurante situado en un centro comercial donde nos ponen un montón de bandejas, esta vez sin mesa giratoria por lo que la comida es un continuo paso de platos en todos los sentidos. Es cierto Se asombran cuando pedimos repetir las pijiú pintá y les decimos que si hace falta las pagamos y efectivamente ha hecho falta pagarlas. El día está nublado y a veces cae una fina lluvia que debe ser ácida pues la contaminación en Shanghai es importante.
Tras la comida nos vamos directos al Museo de Arte, donde apenas estamos una hora que aprovechamos para ver las salas dedicadas al bronce y a la cerámica. En la tienda del Museo compramos un paragüas pues la lluvia, aunque suave, no cesa. El conductor nos espera puntual a la puerta del Museo situado en la parte moderna, en la confluencia de las antiguas concesiones francesa e inglesa. Desde allí nos conduce a la parte más antigua de la ciudad convertida en centro comercial y turístico pleno de bullicio. A todas horas parece la feria del Corpus en hora punta. Vamos directamente al Parque Yu Yuan al que ni siquiera la tarde gris (nos da una tregua el chirimiri) le resta belleza. “Paco” no sólo nos acompaña sino que continuamente nos va contando cosas de la historia de Shanghai y especialmente nos explica el diseño del “jardín chino clásico” una combinación equilibrada de la piedra, el agua, las plantas y la arquitectura. Y la casa de Yu es uno de los mejores ejemplos de todo el país. Miles de detalles en las esculturas, en los tejados, en las piedras de adorno traídas algunas desde lugares remotos, en las plantas, (algunas de ellas con centenares de años como un bellísimo ejemplar de Ginkgo biloba o cuidadísimos bonsais) y en todas las puertas y ventanas. Sólo están visitables algunas de las casas-pabellones del conjunto que muestran que el interior estaba en armonía con los exteriores.
Como a Juan le habíamos mostrado interés por comprar “falsificaciones auténticas” ha hecho un par de llamadas y ha concertado una visita a un piso franco cercano donde encontramos buenos bolsos de Chanel, Gucci, Luis Putón y otras. La negociación es dura pero al final hacemos una compra total del grupo a buenos precios. La tarde se nos ha echado encima y Paco nos acompaña al hotel Holyday Inn Shanghai Pudong Nanpu. Cruzamos el río por primera vez, esta vez por abajo, por un túnel de dos pisos, y nos dirigimos a la zona de Pudong, la zona más nueva de la ciudad; en apenas 20 años, ha crecido enormemente y aquí se encuentra la zona residencial y hotelera más importante en la actualidad.
El hotel es moderno, sin llegar al lujo del de Pekín, es un cuatro estrellas verdaderamente bueno. El check-in es rápido. Descansamos un poco y tiramos de listado de restaurantes recomendados y optamos por marisco. Un taxi nos deja a las puertas de un Seafood (parece que hemos acertado) y tenemos una cena magnífica gracias a la traducción de unos argentinos que llevan tiempo en Shanghai y que ya han comido varias veces en este lugar. Orejas de mar, langostitas y otras tonterías que compartimos. Acabamos temprano pero el día ha sido largo y nos vamos a la cama.
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