domingo, 29 de marzo de 2009

ZAI JIEN

Es nuestro último día en Shanghai, en China, y hoy no tenemos a Juan ni a su alocado conductor. He visto en un mapa los lugares que queremos visitar y lo más conveniente es empezar por el Templo de Buda de Jade. Es el lugar más lejano del hotel y desde allí iremos regresando a lo largo del día.

Al llegar al Templo de Buda de Jade (pintado de amarillo como es preceptivo) vemos que hay movida. Recordamos que estamos en la víspera del Día de los Difuntos para los budistas y hay mucha gente haciendo las ofrendas. Queman unos papeles plateados y dorados que son mensajes para los que están en otros planos. El ritual se completa con la quema de incienso y una serie de genuflexiones ante alguno de los múltiples Budas que hay en los Pabellones exteriores. Destacan tres de madera dorada con sus guardianes. Todo el templo está profusamente decorado con el rojo y amarillo predominando y múltiples adornos, esculturas, campanillas, lazos de seda, etc.

Los famosos budas de jade están aparte y para verlos hay que pagar un extra que ya que estamos abonamos. Dicen que los trajeron de Birmania en 1882hace doscientos años y el templo se construyó para albergarlos. Se salvaron de los Guardias Rojos porque los monjes pusieron la fotografía de Mao en la puerta. Merece la pena verlos aunque no me queda claro si son de jade blanco o de un mármol pálido. Una representa a Buda entrando en el nirvana y otra el clásico sentado. Pero lo que más llama la atención es la visión comercial de los monjes que han creado un gran supermercado en torno al chiringuito con lo que se produce un fenómeno de convergencia adaptativa con los lugares de culto cristianos. Hay una diferencia: en el templo hay un restaurante vegetariano abierto todo el tiempo y las monjas sólo han sabido comercializar dulces de temporada (Semana Santa y Navidad).

Abandonamos el templo y nos vamos a la ciudad antigua. Regresamos a este lugar de casas de madera tradicionales y que es un hervidero de gente, de comercios, puestos callejeros, incluidos los de comida que no nos atrevemos a probar, y agentes comerciales callejeros que venden por catálogo y cuya palabra clave es: ¿guachis?. Pueden parecer molestos pero abandonan el asalto a las palabras mágicas de bu yao (no quiero).

Pasamos de nuevo por la puerta de Yuyuan que ahora podemos ver en un hermoso día soleado y recorremos tranquilamente las calles y algunas tiendas. Sólo algunas compras complementarias menores.

Comemos en un McDonald, para descansar de la comida china aunque el olor y el sabor del local sigue siendo achinado, que está junto a la Puerta del Dragón en la entrada de la ciudad antigua y desde aquí cogemos un taxi, con un poco de dificultad porque aquí no se respetan los turnos en las paradas, y nos dirigimos a Nanjing Lu. Aquí están el resto de chinos que no habíamos visto hasta entonces. Impresionan sobre todo los palacios reconvertidos en centros comerciales con inmensos rótulos de colores. Aquí es donde se aprecia de manera más clara el eclecticismo de Shanghai, la ciudad más abierta e internacional de China, antes y ahora. Terminamos este paseo en la Plaza del Pueblo junto al nuevo ayuntamiento.

Desde aquí tomamos otro taxi en dirección a nuestro barrio con parada previa en el Museo de la Ciencia y la Técnica. El edificio es impresionante pero está cerrado y buena parte de su interior no está equipado. En los carteles veo que hay una exposición temporal sobre los Tesoros del Nilo o algo así y otra de dinosaurios. Bajamos hasta los sótanos del edificio porque Jorge, el mejicano, nos contó que había un mercado en el que podríamos encontrar cosas interesantes. Resulta ser una réplica de los almacenes que hemos conocido en Pekín. Ya sabemos los precios y la técnica y aunque hay poca gente y es menos estresante, ya vamos al límite del peso máximo permitido en el avión.

Regresamos al hotel y decidimos que hoy cenaremos en casa y podremos reorganizar el equipaje y prepararnos para la larga vuelta del día siguiente.
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Aeropuerto shangalés internacional de Pudong, Aeropuerto parisino Charles de Gaulle, (escala de tres horas), aeropuerto de Málaga (nos recogerán Nhaiara y Diego para ir más cómodos en la vuelta) y a casa. Un largo día de viaje de vuelta pero ha merecido, con mucho, la pena.

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