jueves, 26 de marzo de 2009

YAO, BU YAO?

Nuestro último día en la capital tiene como principal centro de atención la visita al Palacio de Verano. (Este nombre también corresponde a las ruinas de una residencia veraniega imperial cuyo diseño fue encargado a los jesuitas para rivalizar con Versalles que fue arrasado en 1860 por las tropas de los países occidentales). Hemos quedado un poco más tarde porque está cerca al noroeste de la ciudad. Además nos retrasamos un poco porque se nos ocurre cambiar dinero en un banco oficial y nos toca sufrir la burocracia y el exceso de celo de un funcionario chino. Me lo pierdo porque me quedo fuera viendo la vida cotidiana en la calle: tengo deformación desde que fui concejal y me detengo a observar el transporte público, alumbrado, los alcorques, el acerado, los cauchiles y otras cosas insignificantes.

El Palacio de Verano tiene una historia dilatada que arranca a mediados del siglo XII con el primer emperador de la dinastía Jin. A lo largo de los siglos ha sufrido diversas transformaciones y ampliaciones; la más significativa se refiere a la ampliación del lago, ahora llamado Kumming, que ocupa las tres cuartas partes del complejo en la actualidad. La zona residencial se ubica en la denominada Colina de la Longevidad Milenaria. La parte religiosa está dominada por el Templo de la Gratitud y la Longevidad y el Jardín es conocido como el Parque de las Ondas Cristalinas. Estos lugares también sufrieron ataques y saqueos y la estructura actual de pabellones, jardines, templos, galerías cubiertas y lago es adjudicada a la emperatriz Ci Xi de la que Yolanda nos cuenta una historia que a mí me suena demasiado a leyenda trufada de misoginia y machismo y simplificación de las causas de la caída del ultimo emperador.

El paseo por todo el recinto es muy agradable con música ambiental en muchos lugares aunque se nota que le falta mucho por restaurar y “poner en valor”. A mí me encantan especialmente las pinturas naturalistas por todas la galerías y pabellones y las múltiples formas de los ventanales y sobre todo, el Barco de Piedra, embarcadero donde la emperatriz tomaba el té con los invitados.

Aunque estamos a principios de primavera y algunos magnolios ya están en flor, más adelante los jardines deben estar en todo su esplendor con las glicinias o las flores de loto por todas partes combinando colores.

Terminamos la visita con un paseo en barco cruzando hasta la Isla del Rey Dragón que está unida a la otra orilla por un puente de 17 ojos que imita al conocido como de Marco Polo (si sumamos el del centro por las dos partes tenemos de nuevo el número 9 mágico).

Como siempre tenemos que avisar que vamos tarde a la comida (¡¡¡a las 13,30 h.!!!) pero por suerte esta vez está concertada en un pequeño restaurante contiguo que me hace comentar a mi compañero de viaje y empresario hostelero ¿qué buen lugar para montar un negocio, n’est-ce pas?

En el viaje de vuelta le pido a Yolanda que pasemos por la ciudad olímpica para poder ver de cerca los grandes escenarios que habíamos visto por televisión ("El nido", la burbuja de agua", la villa olímpica). Consigo que pare en un lugar desde el que poder hacerme fotos que puedan atestiguar "yo estuve allí, en las Olimpiadas de Beijing", aunque un año después y me cuenta cómo se organizó todo en la ciudad para que no se produjera un colapso.



Tras la comida nos volvemos a separar el grupo según preferencias y necesidades. Nosotros vamos, un día más, a aprender chino comercial. Como ya sabemos la mecánica y tenemos claro lo que vamos a comprar acabamos pronto lo que nos permite maquearnos un poco y aventurarnos a comer en el DaDong Roast Duck, el lugar donde se presume de cocinar el mejor pato laqueado de Pekín.

Llegamos a una hora prudente pero hay cola y todos tienen reserva. Sin sobornar a nadie me las apaño para conseguir que nos reserven una mesa, estilo James Bond, y mientras esperamos tomamos un buen vino blanco y un canapé muy bonito de color, muy bueno de sabor, con una estupenda presentación que no quisimos estropear preguntando qué era.

El restaurante es merecedor de la fama y mientras llega el pato, que está verdaderamente delicioso, tomamos unas entradas en las que se incluyen atrevidamente los pepinos de mar, (a la vuelta recuperaré mis contactos con la Cofradía de Pescadores pues he visto como se desechan en la Lonja de Motril y podemos ponerlos de moda en el Tendido Cero), que resultan ser una delicatessen así preparados y servidos. El pato se corta y se sirve con un ritual frente a la mesa y se come en unas tortas con una salsa suave y una guarnición. La camarera nos enseña a liarlos con los palillos con una gran habilidad pero es más práctico con los cubiertos o directamente con los dedos.

Tomamos un taxi de regreso al hotel. Hay que preparar las maletas, reordenando el equipaje y madrugar para ir al aeropuerto. Destino: Shanghai, segunda etapa del viaje.

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